domingo, 22 de febrero de 2009

Grandes esperanzas, grandes incertidumbres. Algún éxito

No pretendo sentar cátedra desde aquí, desde luego (nada más lejos de mi intención), pero supongo que mis vivencias como escritor novel son muy similares a las de cualquier aficionado a la literatura que, un buen día, decide coger la pluma o encender el ordenador y comienza a escribir. A partir de ése momento comienza una aventura, casi una nueva vida, en la que las historias que anidan en tu imaginación cobran una importancia que, apenas unos días antes, ni llegarías a soñar. A todas horas piensas en ellas, en los personajes que vas creando, en las situaciones que les toca vivir, en cómo van a salir de ellas y qué nuevas situaciones les aguardan. Piensas en todo eso y deseas que todo salga bien. Ansías hacerlo bien, quieres que lo escrito sea bueno y que tenga éxito, que a la gente le guste y disfrute de tu obra, y en ello vuelcas todas tus esperanzas. Son grandes esperanzas que te animan a luchar, que te empujan a seguir escribiendo aun cuando no las tienes todas contigo, que te dicen que debes pelear porque es lo que te gusta y lo que deseas. Y tú sigues escribiendo, pero las dudas aparecen. Al final, siempre aparecen.


Las primeras páginas de un escritor novel están plagadas de grandes inquietudes, de inseguridades y de incertidumbres. No sabes si lo que escribes es bueno, si puede gustar al lector, si es comparable a lo que has leído a lo largo de tu vida, pero, sobre todo, si es publicable. Ésa, y no otra, era la mayor de mis dudas. He leído un montón de libros: unos muy buenos, otros muy malos, también alguna obra maestra fruto del talento de un genio nacido para la literatura, pero todos ellos han sido publicados. Algunos han gozado de la aprobación del público y otros no, pero todos fueron publicados. Alguien, algún día, decidió que aquello era bueno y que merecía ser mostrado al público. Ha podido ser por el estilo empleado, por la originalidad de la historia, porque enganche y haga que el lector se crea la trama, por lo que sea, pero alguien, algún día, pensó que aquello era bueno y decidió publicarlo.


Cuando yo escribo me encuentro bien, creo que lo que hago es bueno y estoy contento por ello, pero, irremediablemente, al final, leo lo que he escrito y ya no estoy seguro. Lo vuelvo a leer y encuentro cosas buenas, cosas que están bien, pero también otras que no lo están tanto. Y entonces me entran dudas, me siento inseguro, y necesito una opinión. Es en ese momento cuando buscas a alguien en quien confiar, alguien que lea tu obra, alguien que te diga que lo que haces merece la pena, que debes seguir haciéndolo, que sería un error dejarlo, pero también que te dé una opinión sincera. Stephen King lo llama su lector ideal, y en su caso es su mujer, Tabita King. Ella lee sus manuscritos y hace una crítica, le da su opinión, sincera por supuesto, y él lo tiene en cuenta. En mi caso, cuando escribo y tengo dudas, mi lector ideal es mi hermano. A él le envié las primeras páginas que escribí. Tenía dudas y se las envié, y él me dio su opinión. Me animó a seguir, a pelear por lo que me gusta, a pelear porque le parece que lo que yo hago merece la pena, porque le parece que es bueno y publicable. Todavía lo hace, y yo creo que lo seguirá haciendo. Cada buena crítica suya es un éxito, mis primeros éxitos con la literatura, los únicos que he tenido hasta ahora. Quizás sean los únicos que tenga, los únicos que vaya a tener o los únicos que merezco, pero creedme, son suficientes.


Deseo publicar, claro que sí, ojalá algún día lo haga, pero yo ya he conseguido tener mis éxitos. Los míos son ésos que vienen de una buena crítica de tu lector ideal, de alguien a quien quieres y admiras, de alguien que te importa y al que importas. Y eso ya es mucho. Buscad esos éxitos, son los primeros, al principio son los únicos a los que podemos acceder, pero, podéis estar seguros de ello, son los que de verdad importan.

martes, 17 de febrero de 2009

Primera plana

Quizás los hados benéficos se olviden de mí cuando envíe mis manuscritos a editoriales, agentes literarios, revistas o concursos literarios. Quizás no tenga el talento necesario para escribir algo que llegue al público, algo que merezca ser publicado o recordado, o algo que sirva de vía de escape a los que, como yo, nos refugiamos en la literatura. Quizás nunca consiga publicar nada de lo que haya escrito o vaya a escribir en un futuro, quizás nunca vea mi nombre en tapa dura, pero nunca nada me va a privar de escribir.
Disfruto mucho con la literatura, siempre lo he hecho, aunque siempre haya sido como lector. Resulta fascinante pasar las páginas de una novela y volcarse en una historia, a veces creíble, a veces impensable, hasta el punto de no pensar ya en nada más, de no reparar en lo que te rodea y de olvidarte de todo. Uno se sumerge en la historia ( en las que son buenas, en las que te atrapan desde la primera página, en las que te sujetan por las solapas y te inclinan sobre el papel) y se imagina cómo son los personajes, cómo son los decorados, cómo los sentimientos. Quizás nada tenga que ver con lo que el autor ideó, con lo que propuso y lo que creó, pero esas imágenes que uno recrea durante la lectura son de uno, son las que uno mismo ha imaginado, y por eso son buenas. Porque son mías, porque son tuyas, porque son vuestras. Por eso me encanta escribir.
Hace unos cinco meses comencé a escribir. No fue intencionado ni planeado, no había pensado en ello en ningún momento, pero un buen día comencé. Fue, más bien, una pulsión, algo que se coló de manera furtiva en mis sueños y me incitó a encender el ordenador. Imaginé una escena (un robo en una Abadía), pensé que no podría escribirlo, que no sería capaz, pero me puse a ello y,al final, lo conseguí. Una vez acabada la leí. Una vez y otra, buscando defectos (tenía muchísimos, supongo que siempre pasa lo mismo), analizando las virtudes´, intentando captar algo que me incitase a no rendirme ante la evidencia de mi escaso talento, algo que me empujase a seguir escribiendo. La leí un montón de veces y era horrible, pero me encantó. Aquel día disfruté de la literatura como nunca lo había hecho, como nunca imaginé que podría hacerlo, y decidí seguir escribiendo. Quizás no tenga talento, quizás no sepa escribir, pero me encanta y lo seguiré haciendo mientras viva, mientras tenga cosas que contar o mi cerebro imagine historias, en ocasiones descabelladas, que me gusten o me atrapen. Quizás nunca nadie disfrute con mis novelas, quizás muchos piensen que no son más que basura vertida sobre el microsoft word, quizás me digan que soy un zote, un ingenuo y un melón, pero yo sí disfrutaré. Y lo haré porque me llena, porque, en lo que yo escribo, los personajes, los decorados y los sentimientos, sí son realmente míos. Porque siempre lo serán, y porque nunca perderé la esperanza de que, algún día, alguien, volcado en la historia que yo he planeado, se imagine los suyos propios.
Cinco meses después de aquel maravillosos sueño furtivo, semioculto en alguna carpeta de mi ordenador, descansa una novela de unas trescientas páginas que me ha hecho la vida mejor. Una novela en la que he volcado todas mis ilusiones, con la que he pasado momentos maravillosos, con la que lo he pasado "teta". Quizás nunca llegue a nada, pero a mí me ha valido la pena. Hoy me siento mejor, y por eso escribo. Porque me gusta y porque, aunque no lo haga bien, me compensa. Por eso invito a que lo haga todo el mundo, por eso os invito a que participéis en este blog. Porque, quizás, vosotros sintáis lo mismo que yo. Porque, en ocasiones, es bueno hablar y contar historias. Por eso os pido que os animéis, que participéis, porque, qué coño, me encantaría que lo hicieseis.