lunes, 27 de julio de 2009

La casa de mis pesadillas (5ª parte, y última)


Ver aquellas imágenes tan vívidas, aunque tan lejanas y ajenas, me repugnaba. Me corroía las entrañas el conocer el fatal desenlace de los jóvenes amantes, tan inocentes, tan vulnerables, que apenas habían tenido oportunidad alguna de escapar.

El chico había caído muerto entre llantos y estertores de agonía, clamando porque se respetase la vida de su adorada amiga. Había caído horriblemente mutilado, con las carnes cercenadas por un cuchillo de gran tamaño mientras los gritos desesperados de su amada retumbaban en sus oídos. Sus piernas habían flaqueado al comienzo de la lucha, nada más recibir la primera cuchillada. Había caído al suelo impotente, levantando las manos para protegerse de los ataques recibidos, aunque con la vista fija en los ojos de su amada, que le observaba con horror desde un rincón. Mientras su cuerpo era acuchillado con saña y sus ropas se cubrían de sangre, sus ojos se velaban por un velo acuoso, salado, que brotaba por la rabia y el amor, y sus labios dibujaban un nombre en silencio: Elena.

Ella lloraba sin cesar, rota por el horror, ante el cuerpo mutilado de su enamorado. Se acuclillaba contra la pared, abrazada a una vieja muñeca de porcelana de rostro blanquecino y ojos grises, aguardando, inocentemente, la hora de su muerte. La sangre lo inundaba todo, se estrellaba contra las paredes hasta formar grandes salpicaduras, avanzaba por las baldosas, pesadamente, y se reflejaba como un fondo rojizo en las pupilas del chico muerto.

Los padres de Elena se ensañaban en su crimen, alzaban sus brazos por encima de sus cabezas y descargaban el golpe con violencia, hasta hundir sus puñales en el cuerpo de su víctima para arrebatarle la vida y las esperanzas. Sus ropas estaban cubiertas de sangre, sus rostros crispados por el odio, convulsos de rabia, con los ojos desmesurados y ardientes. Se enconaban en sus ataques, ciegos de ira, y daban golpes sin parar, una y otra vez, una y otra vez.

Agotados por el esfuerzo, se detuvieron un instante, sonrieron de forma macabra al contemplar su obra y, muy pausadamente, se giraron hasta encararse con su hija.

Sólo pude ver una imagen más: un viejo roble de tronco parduzco, ahuecado por una podredumbre negra y húmeda que hacía brillar su interior, solitario en un gran prado que circundaba la casa. Su copa, trasmocha e irregular, era azotada con suavidad por un viento débil que mecía sus hojas casi con ternura. A sus pies, una pequeña porción de terreno parecía estremecerse por un ligero temblor.

Desaparecidas ya las imágenes de mi mente cansada, ahíto de tensión e inquietud, me desperté.

La sensación de desasosiego, de rabia, que experimenté al tomar conciencia de los horribles acontecimientos que rodearon la vida y la muerte de la joven Elena, causaron tal mella en mí que, por primera vez, sentí odio, un odio verdadero, capaz de impulsarme a matar o ser matado. Tal brutalidad no era concebible para una mente tan civilizada como la mía o para cualquiera que no se viese henchido por la maldad. Refugiado en la protección que ofrece una vida tranquila y apacible, alejado por la fortuna de los sinsabores y las penurias de una existencia aciaga, mi cabeza no era capaz de albergar semejantes impiedades. Todo mi ser se rebelaba contra los padres de Elena, todo mi fuero interno me llevaba a repudiarlos allá donde estuviesen y desearles la peor de las muertes, la condenación eterna y el sufrimiento más intenso que ser alguno hubiese podido imaginar. Los odiaba por lo que le habían hecho a su hija, por el asesinato del joven enamorado, por erigirse en jueces y verdugos y violar así todo sentimiento humano, de amor y cariño, que a todos nos es dado recibir. Los odiaba por ser cómo eran, y siempre los odiaría, hasta el último de mis días.

Todo ese odio me impulsaba a saber más, a tratar de esclarecer aquellos hechos que habían venido a mi vida para colmarla de angustias y desdichas, e intentar verter algo de paz sobre la triste mirada verde de la pobre Elena.

Debía saber algo más, y sabía adónde debía dirigirme para ello.

Decidido, aun sin despuntar las primeras luces del día, me dirigí hacia el bar. La propietaria podría, sin duda, explicarme algo. Conocía la historia de la casa, había mencionado a una niña y había salido huyendo, visiblemente asustada.
Crucé la puerta del local muy excitado. La posibilidad de aclarar todo aquel embrollo me impulsaba a la zozobra y al descontrol, y ya no sentía necesidad alguna de mostrarme pacífico o sereno. La puerta se golpeó con estrépito detrás de mí, y la quietud del restaurante se quebró por unos segundos.

El bar estaba vacío, oscuro. En un rincón del mostrador, rodeada por botellas de refrescos, la mujer me miraba con asombro, casi con miedo.

Verla de esa forma, tan frágil, tan vulnerable, hizo que me arrepintiese de entrar con semejante alboroto y fragor, y al instante adopté una disposición más dialogante.

-Perdóneme- me excusé. – No he querido asustarla. Sólo he venido a hablar con usted.

Ella me reconoció al instante, y comenzó a balbucir una serie de excusas ininteligibles, al tiempo que se encaminaba hasta la cocina para dejarme de nuevo sin respuestas.

-No se vaya, por favor. Le ruego que no se vaya.- imploré. –Sólo quiero hacerle unas preguntas.
-Váyase, por Dios. No quiero hablar con usted.- me espetó casi sollozando. – Déjeme en paz.
La sujeté por un brazo; no podía permitir que se marchara de allí sin responder a mis preguntas, no podía perder mi única salida. -¿A qué se refería cuando dijo “niña mala”?- pregunté con insistencia. – Usted también lo oyó, ¿no es cierto? También lo oyó.- inquirí con nerviosismo.
-Déjeme en paz- gritó, desasiéndose de mi abrazo y echando a correr pasillo adelante. Segundos después cruzaba la puerta de la cocina.
-Ni se le ocurra- dijo una voz detrás de mí, cuando yo me disponía a saltar el mostrador para ir en su busca.

Me giré para ver quién era el que se había apostado a mis espaldas.

Un hombre de unos setenta años, de rostro flaco y tocado por una gorra deportiva, se acercó a mí. Lucía una expresión seria, enfurecida y, a pesar de su ya avanzada edad, su abultado corpachón le daba un aspecto amenazador.

-Perdone, pero sólo quería hablar con ella.- me apresuré a contestar algo medroso.
-Es usted el nuevo técnico ¿no? – preguntó secamente.
-Así es. No he querido asustarla, pero necesitaba hablar con ella.- expliqué mientras él se situaba tras el mostrador y encendía la máquina cafetera.
-Es mi mujer. No se preocupe.- contestó conciliador. Dispuso dos pocillos de café y me obsequió con uno de ellos. Me ofreció una botella de aguardiente, que yo rechacé, pero él se sirvió una copa.
-Se aloja en la casa de Os Prados ¿no?
-Sí. Por eso quería hablar con su mujer.

Me miró fijamente, con cierto aire de preocupación. Me estudiaba con detenimiento, como si pretendiese analizar mis pensamientos. Un palillo viajaba con rapidez por sus labios, de una comisura a la otra, girando sobre sí mismo. Lo escupió al suelo con fuerza y se secó la boca con la manga de la camisa.

-Los ha visto, ¿ no ?- me preguntó de repente.

Me quedé helado, sin saber qué responder o cómo actuar. Él me miró pensativo.

-Sentémonos- contestó al fin. Llevó las tazas de café hasta la mesa más cercana y ambos nos sentamos a ella.
-No se han ido ¿no? – preguntó de repente.- Siguen ahí, ¿verdad?
-¿Qué sucede en esa casa? Necesito saberlo, por favor.- pedí, casi imploré, con ansiedad.

Él no dejaba de observarme. Su rostro mostraba una honda preocupación; se debatía entre guardar silencio, y así mantenerme en la más dolorosa ignorancia, o contarme al fin la historia y satisfacer mi necesidad. Yo estaba en vilo, ávido de respuestas, aunque temeroso, al mismo tiempo, de ellas
-Verá.- se decidió al fin. - Todo lo que ha visto tiene una explicación muy sencilla. Quizás no se lo parezca en este momento, pero así es. Usted es un hombre estudiado, un hombre de ciencia, y los libros no le permiten mantener una mente abierta ante todo aquello que se nos muestra extraño o desconocido. Nosotros, sin embargo, no somos más que personas incultas, ignorantes, y menos dadas, por tanto, a prejuicios o dogmas científicos. Sabemos que hay cosas ocultas, hechos que se rebelan contra todo lo establecido y que no entienden de reglas o teoremas. Frente a ellas, simplemente nos limitamos a aceptarlas como tales y, por supuesto, a temerlas.- Hizo una pausa en su relato. Quizás pensara que era necesaria para que yo pudiera asimilar el verdadero significado de todo aquello, y a fe mía que no se equivocaba en absoluto. Su voz era ronca, algo quebrada por el cansancio o la edad, pero tenía un cierto efecto tranquilizador. Junto a él - ignoro el por qué -, me sentía más sereno, más acompañado y protegido. Al menos, pronto tendría las respuestas que tanto ansiaba.

El hombre continuó hablando.

-Mi mujer lleva en los Ancares toda su vida. Nació aquí, y ya nunca se fue, pero yo no. Yo vine a trabajar y me quedé, ya ve usted. La conocí hace ya muchos años, cuando ella era una mujer tímida, asustadiza, que casi no salía de casa. Me enamoré y nos casamos, y con el tiempo, gracias a mi compañía, a mi ayuda, fue mejorando, pero nunca pudo desprenderse por completo de esos ataques repentinos de miedo de los que usted ha sido testigo. – explicó algo compungido.
-Esos ataques, ¿se deben a lo que he visto en la casa?- pregunté con interés.
-Así es. Cuando aún era una niña, mi mujer vio algo que casi la pone loca. Tardó muchos años en superarlo y, en cierto modo, aún no lo ha hecho.
-No me obligue a insistir, hombre, ¿qué es lo que vio su esposa?- urgí al hombre, que esbozó una sonrisa triste antes de responder.
-El asesinato de su hermano.- contestó con sequedad.- El asesinato más cruel que usted se pueda imaginar.
-El comienzo de esta historia es muy triste, amigo mío, y tan trágico que la casa ha quedado maldita por siempre. Ya nadie puede cambiar eso, tan sólo podemos mantenernos lejos, dejar las cosas como están, y rezar por el descanso de los muertos. Tan sólo eso.
-¿Qué es lo que pasó?- pregunté con ansiedad.
-Verá, por aquel entonces, la casa que usted ocupa ahora estaba habitada por una gente muy desagradable, mala, la verdad,…, muy malvada. Se llevaban mal con todo el mundo, vivían apartados de las gentes del pueblo, y no mantenían ningún tipo de relación con ellos. Apenas salían de la casa - tan sólo lo hacían sus dos hijos mayores -, y los viejos siempre andaban castigando a su hija pequeña que, por lo que tengo entendido, era una niña preciosa.- explicó el anciano.
-Eso puedo confirmarlo, créame.- dije yo con cierto sarcasmo que él entendió a la perfección.
-Sí, perdóneme, se me olvidaba que ya los ha visto. La edad, ya sabe, que comienza a hacer sus estragos.- explicó con una sonrisa.- pero bueno, volveré a lo que nos interesa. Veamos…Uhmm… iba por la niña. Sí. Bien. El hermano de mi mujer, un joven muy querido en la zona, era uno de los muchos mozos que la rondaban y, por lo que sé, el único que llegó a atreverse a solicitar permiso para cortejarla debidamente. Su petición, como podrá suponer, fue muy mal recibida pero él, enamorado como estaba de la chica, no aceptó la negativa y decidió verla a escondidas, sin que sus padres se enteraran.
-Pero se enteraron, ¿no?
-Así es, y esa fue la causa de su muerte. Un día, comienzo de todos los males que desde aquella acucian a mi buena esposa, su hermano decidió presentarse ante su amada y así declararle su amor. Por lo visto, su humor era excelente, sus esperanzas aún se mantenían intactas, pero,…¡qué equivocado estaba!
-Pasadas unas horas, su hermana, preocupada por su tardanza, decidió acercarse hasta la casa y comprobar qué era lo que lo mantenía tan ocupado. Ella sabía del mal carácter que tenían aquellas gentes - todos en el pueblo les temían - y, por tanto, no deseaba un mal encuentro con ellos. Se limitó a acercarse a hurtadillas hasta su casa y, de esa forma, poder echar un vistazo sin ser descubierta. Se aproximó agachada, semioculta por unos pequeños matorrales que entonces rodeaban la entrada, y miró a través de una ventana. – A estas alturas de la historia, el tono del anciano era ya muy triste, como si sumergirse en el relato le supusiera un gran esfuerzo o un hondo dolor.
-Lo que allí vio, puede estar seguro de ello, cambió la vida de mi mujer para siempre. Aquella imagen casi la sume en la locura aunque, como podrá luego comprobar, a cualquiera de nosotros le hubiese causado un efecto similar. Amparada por el antepecho de la ventana, protegida de las miradas de aquellos malditos, mi esposa pudo ver cómo asesinaban a su hermano, cómo volcaban en él todo su odio, toda su maldad, mientras la pobre Elena, inmóvil y aterrorizada, lo contemplaba todo. Mi mujer se quedó paralizada. Apenas podía mirar, pero también le resultaba imposible apartar la vista. Se había quedado petrificada, completamente conmocionada, y eso la llevó a ser testigo del crimen más atroz. – De las palabras del anciano se traslucía un intenso sufrimiento. Día tras día, el pobre hombre hacía lo posible porque su mujer olvidase todo aquello, y ahora se veía obligado a revivirlo para alertarme a mí del peligro que me venía acechando desde hacía ya varias jornadas. Semejaba muy cansado, pero un trago de aguardiente pareció infundirle ánimos suficientes para continuar con su historia.
-Por lo visto, lo poco que pudo testificar mi mujer ante la Guardia Civil es que, una vez muerto su hermano, los ancianos se giraron hacia la chica, completamente bañados en sangre, cuchillo en mano, sin dejar de decir: -Niña mala, niña mala, vas a pagar tu desvergüenza. Mientras avanzaban hacia ella, permanecía inmóvil, y mi mujer observaba desde la ventana, temblando como una hoja.
-Pobrecilla.- dije yo, haciéndome cómplice de su sufrimiento mientras él asentía.
-Debieron acercarse mucho adonde ella estaba, o verla por el rabillo del ojo, no sé, pero el caso es que se volvieron hacia mi mujer. La vieja la señaló, gritó como una bestia, con el rostro sangrante y descompuesto, y fue entonces cuando mi esposa echó a correr como una posesa, sin saber muy bien adónde dirigirse. Corrió campo a través, con las zarzas y los arbustos golpeando sus piernas y su rostro, pero no desfalleció y consiguió llegar hasta su casa, muda de dolor y miedo. Estaba completamente ida, como enloquecida; apenas hablaba, sólo lloraba, pero poco a poco consiguieron que se explicara y, gracias a su declaración, los ancianos fueron detenidos y debidamente ajusticiados.
-¿Qué pasó con los hermanos de la niña?
-Fueron detenidos, pero no los encarcelaron. Se dijo que estaban locos, que apenas eran conscientes de lo que había pasado, y los internaron en un psiquiátrico, donde murieron a los pocos años. El cuerpo de mi cuñado fue encontrado en la cocina, completamente mutilado y con una muñeca de porcelana sobre él, pero el cuerpo de la niña nunca apareció. Lo estuvieron buscando durante días, recorrieron todos los alrededores, pero nada hallaron. Los viejos no habían tenido demasiado tiempo para esconderlo, pero desde luego lo hicieron bien.
-Y ¿cómo murieron ellos?
-Los condenaron a muerte. El garrote se encargó de ellos, y todos nos alegramos de que se los hubiese llevado para siempre pero, por lo visto, nos equivocamos. Desde entonces, todo aquel que se acerca a la casa siente que aún no se han ido. Los viejos siguen allí –usted lo habrá podido comprobar-, pero también sigue ella, como si algo aquí la retuviera y no pudiese descansar en paz.
-Pero, ¿nadie ha podido hacer nada al respecto?- pregunté con asombro. - ¿Se han dejado las cosas como estaban?
-¿Y qué vamos a hacer?- contestó él con desgana. – Ya le he dicho antes que esas cosas de los muertos es mejor no tocarlas. Si usted quiere hacer algo, rece, quédese ahí y aguante, yo que sé, pero no hay nada que se pueda hacer. Muertos están y muertos se quedan, aquí o allá, pero muertos se quedan.
- Y el cuerpo de Elena, ¿consiguieron encontrarlo?
-No. Algunos lo intentaron, pero con el paso del tiempo,…, ya sabe usted. Las cosas se olvidan y…
-Ya, los muertos, muertos están.
-Así es. Mire, aquello ya no tiene solución. A mi mujer casi le cuesta la cordura. De hecho, aún hoy tiene que hacer verdaderos esfuerzos para mantener aquello apartado de su mente. Su llegada al pueblo la trastornó mucho. Ella sabía –como sabíamos todos -, que los muertos aún estaban allí y decidió avisarle, pero, lamentablemente, le faltaron las fuerzas. Hace un rato, cuando lo vio llegar de nuevo, decidió huir porque se sabía incapaz de afrontar todo aquello de nuevo. Hacerlo, podría ocasionarle un grave perjuicio, y por eso le ruego que deje que todo siga como antes. Sin embargo, yo también entiendo lo que usted está pasando, y por eso, porque creo que es de ley, he decidido contarle esta historia. Quizás le ayude en algo, aunque mi consejo es que se marche por donde ha venido, que deje las cosas como han estado los últimos años, y que borre los últimos días de su memoria. Se lo digo por su bien, créame.

Dicho esto, el hombre se levantó pesadamente, vació la copa de aguardiente de un trago y desapareció por donde se había marchado su mujer, dejándome atónito con mis cavilaciones.

Hoy, transcurridos varios años, aún no he conseguido poner fin a mis pesadillas y angustias. Aún hoy me despierto en mitad de la noche, sumido en las más horribles visiones. Los ojos verdes de Elena me acompañan día y noche, me suplican ayuda, me ruegan que le ayude a liberarse de las ataduras que la mantienen allí retenida, pero nunca me he visto capaz de tanto.

Después de la conversación con el viejo cantinero, aturdido y asustado, me duele confesar que no me vi con agallas suficientes como para encararme de nuevo con el mal. Decidí, por tanto, abandonar los Ancares, poner tierra de por medio y apartar aquellos días para siempre de mi vida. Recogí mis cosas, me despedí de mi trabajo y me sumí en una fuerte depresión que casi acaba con mi vida o con mi lucidez. Los rostros exangües y crispados de los dos ancianos me acompañan desde entonces. Aún hoy me parece escuchar sus quejidos guturales, sus voces roncas y casposas, y nunca desde aquel día he podido librarme de la terrible huella que sus garras dejaron impresa en mi mente al arrojarse sobre mí.

La imagen del viejo roble también vive conmigo. Veo con suma claridad su tronco hueco, su globosa copa abanicada por el viento, y los temblores que sacuden el terreno negro que lo rodea. Ahora ya sé qué significa. Al principio lo quise negar, quise cerrar mis ojos ante la evidencia, pero ahora ya no puedo. No, desde luego, si deseo seguir con mi vida.

Elena me está esperando. Sabe que soy el único que la puede ayudar, el único que no abandona su aflicción por los horribles sufrimientos que ella soportó, y desde la distancia, anclada en mi memoria, no deja de pedirme ayuda, acariciando mi rostro y emocionándome con sus lágrimas. Y ya no lo soporto más.

He decidido ir. Lo haré en los próximos días, como única forma de poner fin a las voces que retumban en mis oídos y que pueblan mis noches y mis horas de sueño. Lo haré porque es mi obligación, porque soy incapaz de vivir sabiendo que Elena tiene que arrostrar esa horrible carga, y porque su mirada verde y clara no deja de clavarse en mi mente con su tono lánguido e implorante.

Quizás con eso ponga fin a todo, aunque no lo creo. Desde aquellos días, esos muertos me acompañan, me hablan, me susurran y me piden ayuda. Tan sólo hace falta escucharles, pero yo siempre lo he negado. No lo nieguen ustedes, se lo ruego, pues igual que yo, sus vidas también se ven rodeadas por ellos, en todas partes, y si escuchan lo suficiente, si prestan atención, podrán escuchar, a veces, un lamento tenue, un quejido agónico, que les pide ayuda, que les implora compañía o les murmulla historias, y otras veces, cuando la fortuna ya no sonríe y el mal se cierne sobre uno, una voz desgarrada, un grito bronco y gutural, que clama por su alma y les exige un precio.


FIN









18 comentarios:

JUAN PAN GARCÍA dijo...

Realmente impresionante. Se lee con avidez sin descansar hasta la última línea. Me quedo reflexionando con la sensación de tener un gran relato ante mí, un relato digno de ser publicado.
Lo único negativo son las repeticiones de palabras, como "Pidiendo ayuda" que pdrían cambiarse por otras del mismo significado. Pero es sólo una opinión, que en nada desmerece el extraordinario relato.

Cristina Puig dijo...

Me ha encantado, no podía parar de leerlo:) ¿Has pensado en publicarlo todo en algún portal?

Creo que deberías publicarlo es extraordinario de principio a fin.

Un abrazo
Cris

g.l.r. dijo...

Muchas gracias, Juan, y Dios te oiga. Apenas llevo un año escribiendo, y el sueño de publicar es, de momento, sólo eso, un sueño. Espero que, algún día, se haga realidad. Hasta entonces, espero continuar con mis relatos, con mi blog y, si aún me aguantáis, con vuestra compañía. Muchas gracias, y un abrazo.
P.S.- Por cierto. Completamente de acuerdo en lo negativo. Muchas gracias por indicarlo. Trataré de corregirlo.

g.l.r. dijo...

Muchas gracias por tu halago y tu interés. La verdad es que me gustaría publicarlo en algún sitio, pero no sé dónde. Si conoces alguno, por favor, házmelo saber. Si estuviesen dispuestos a publicarlo en algún portal o revista me haría mucha ilusión.
Un beso y muchas gracias.

Carlos Frontera dijo...

Desde luego, es innegable tu talente para la descripción de personajes y la creación de atmósferas inquietantes.
Ahora que has acabado el cuento, lo imprimiré y lo leeré con calma, como está mandado. Ya volveré a comentarte.
De momento, te voy enlazando, que no sé cómo no te tengo aún
Un abrazo.

Miguel Baquero dijo...

Muy bueno, muy bueno, coincido con los otros comentaristas. merece publicarse. Has creado una atmósfera inquietante, que yo creo es lo que vale en este tipo de relatos ¡Y esa foto final, qué miedo! Espero que tengas suerte (y los que te hemos leído también) y pronto puedas verlo impreso.

g.l.r. dijo...

Muchas gracias, Viajero, por tus halagos. Espero ansioso tu comentario final -y tu próximo relato-. Si te ha parecido que la atmósfera creada es inquietante, he conseguido mi objetivo. Muchas gracias, y un abrazo.

g.l.r. dijo...

Hombre, Miguel, muchas gracias. Representa mucho que tú creas que el relato es bueno -ya sabes lo que disfruto leyendo tus escritos-. Ver el relato publicado sería uuna gozada, pero ya es premio suficiente saber que a todos vosotros os resulta entretenido.
Muchas gracias, y un abrazo.

María Jesús dijo...

Un relato terrorifico, es bastante gore. Me he quedado tiritando entre los reflejos malvas de las cuchilladas.

Un beso!

g.l.r. dijo...

Hola, Maria Jesús. Muchas gracias por tu visita. Me alegra que te pases por aquí.
Me gusta eso de los reflejos malvas de las cuchilladas.Quizás lo tome prestado. ¿Me dejas?.
Un beso.

Blanca Miosi dijo...

G.r.l., tu relato jueega con las emociones más profundas del ser humano: el horror ante hechos que se consideran antinaturales, como la actuación de unos padres irracionales y el sufrimiento de una joven inocente que inexplicablemente se vio sometida a tales maltratos por parte de sus padres. Tales aconteimientos en conocimiento del protagonista de tu cuento, lo acercan al umbral de la locura, que es como yo lo veo, cada vez la realidad le parece irreal y se sumerge en la fantasía, escuchando la voz de un fantasma que clama por ayuda, y él va tras ella, sin importarle la vida.

Un final muy bueno, El último párrafo es buenísimo. Muy Poe.

Un abrazo,
Blanca

Blanca Miosi dijo...

http://www.h-horror.com/

Es una página donde puedes publicar tus cuentos de terror. Ellos publicarán en papel tu cuento y con el resultado de la venta están organizando un concurso.

g.l.r. dijo...

Hola Blanca, muchas gracias por tu comentario. La idea de un hombre atormentado hasta la locura por unos hechos sucedidos años atrás resulta muy atrayente para un relato. En este caso pretendía describir el horror que siente un hombre hacia lo desconocido,la transformación que se produce en él. Me alegra que te haya gustado, y me gusta cómo lo describes.
Un beso.
P.S.- Gracias por lo de Poe.

g.l.r. dijo...

Blanca, muchas gracias por la indicación de Horror Hispano. La verdad es que ya conozco la página. Han decidido publicarme un relato titulado "La belleza transformada", que ha inaugurado la segunda recopilación, pero éste quizás les parezca largo en exceso. No lo sé, pero voy a intentarlo.
Ya he visto además que tú tienes algún relato publicado en ella, algo que engrandece a la página y a ti.
Muchas gracias por tu amabilidad, y un beso.

Anónimo dijo...

Realmente, no sé qué decir. Me ha encantado. Las descripciones, la capacidad de recrear ambientes y despertar emociones son de lo mejor que he visto en mucho tiempo. Tienen razón cuando te compara con Poe. ¡Es magnífico!
Y es cierto que debería ser publicado, porque deberíamos poder darnos el gustazo de tener este relato en tapa dura en nuestra biblioteca y poder acudir a él cada vez que lo deseasemos.

¡Enhorabuena! Espero el próximo.

g.l.r. dijo...

Muchas gracias, anónimo, por tus halagos absolutamente inmerecidos. Comentarios así consiguen mi rubor. Es un placer que te haya gustado,y ojalá llegue el día en que pueda ver algo mío publicado. Muchas gracias, de nuevo, por tus deseos tan bien intencionados.
Un saludo.

María Jesús dijo...

Pues claro! Me encantó tu visita, te pondré entre mis blogs estrellas para venir de vez en cuando.

Ahora no estoy porque me fui de viaje a los Cárpatos, ya sabes... Pero vendrén por aquí en cuanto pueda.

Un beso!

g.l.r. dijo...

Me encantará verte por aquí, Ladymacbeth. También yo frecuentaré tu blog.
Un beso.