lunes, 7 de diciembre de 2009

Un tacto tibio


UN TACTO TIBIO

¡Qué crueles son los días que me ha tocado vivir! ¡Qué incierto se me antoja el destino!

Ahora, atenazado por deudas de juego, perseguido por unos acreedores correosos e infalibles, y desprovisto de bienes con los que satisfacer sus bestiales requerimientos, no me queda otra opción que poner tierra de por medio, olvidar el coraje y la galanura, y correr como un conejo.

Quizás mi orgullo se vea perjudicado ante semejante modo de actuar, sí. Pero bueno es un pellejo sano, y bálsamos habrá para enjugar las heridas de la ignominia.

Odio, no obstante, comportarme así, pues la gallardía y el coraje han blasonado siempre mi estirpe, y la huída indecorosa nunca estuvo bien vista por mis insignes antepasados. Sin embargo, consciente como soy de que sus espíritus no se removerán inquietos en sus tumbas, decido iniciar mi vergonzante retirada, plena de desdoro pero ahíta de esperanza.

¡Huyo! Huyo para salvar mi vida, y no albergo otro deseo que el de salvaguardar unos huesos a los que la edad me ha enseñado a amar. No obstante, y aun a sabiendas de que mi proceder es el correcto, todavía siento una intensa punzada de rabia por esa suerte que me ha resultado esquiva.

Han sido tan caprichosos los designios, tan absurdo el reparto de la fortuna, que aún permanece en mí una acusada tendencia al desquite, un íntimo deseo de esgrimir una buena mano; una que me otorgue unas cartas que hagan justicia a mi afamada habilidad y me permitan vengar la afrenta sufrida ante unos jugadores mucho menos dotados que yo.

¡Ay! ¡Cuánto daría porque esto se hiciese posible! Cuánto por ver los rostros demudados de mis rivales, vaciarles los bolsillos y reírme ante ellos, en justa respuesta a sus burlas anteriores.

¡Dios! ¡Qué bello sería!

Sé que me siento atribulado por lo incierto de mis perspectivas; sé que mi ánimo actual no es el idóneo para dirimir esta incógnita que me acucia, pero no dejo de pensar en el injusto comportamiento de los hados. ¿Hay acaso alguien tan merecedor de su concurso como yo? ¿Alguien tan digno, tan osado?

¡No! ¡Por supuesto que no! Y sin embargo ellos, tan divinos, tan etéreos, se congratulan en depararme un escarnio vergonzoso, rebosante de vituperios sociales, ante el que nada puedo hacer

Ya oigo cómo se aproxima el tren. Su penetrante silbido me golpea como un aldabonazo, me devuelve a una conciencia acobardada y me obliga a huir en pos de una vida más larga y saludable. Debo huir. Sé que debo hacerlo. Y sin embargo…

Me arrebujo en mi gabán, algo destemplado ya. Desconozco si la causa de mis estremecimientos es la baja temperatura o la falta de arrojo. Pero siento frío. Introduzco las manos en los bolsillos. Y ahí están. Mis últimas fichas; aquellas que resistieron los duros embates de una fortuna huidiza y se resguardaron, al calor de la franela, de unos ataques escasamente compasivos; aquellas que me devolvían la pasión y ahora me producen un bronco palpitar.

Sé que son pocas. Muy pocas. Pero su tacto es tibio, y yo siento frío. Y aún están ahí. Quizás sea una señal de que mi suerte va a cambiar. Quizás pueda echar una última mano, tan solo una, y así descubrir si el aciago destino que ha conducido mi vida se ha retirado al fin. Quizás sea mejor no coger ese tren.

¿O no?

9 comentarios:

JUAN PAN GARCÍA dijo...

Excelente relato, amigo.Ese especial estilo tuyo hace que me instale en el cuerpo del protagonista, que sienta y piense como él.
El juego es mal compañero, y el que cae en sus garras está perdido.
Te felicito una vez más por tu creatividad y el modo de expresarla. Un abrazo.

Miguel Baquero dijo...

Fenomenal final, compañero. Realmente has sabido dibujar una duda y una indecisión que yo creo que corresponden a las de un auténtico jugador.

Sergio G.Ros dijo...

Muy bueno. Me gusta la forma en que deshilvanaste los pensamientos de ese jugador empedernido, desde su más honda decisión de abandonarlo todo y poner pies en polvorasa hasta la duda que germina para jugar de nuevo, contra toda lógica.
Algo tan real como la vida misma.
Te felicito por el relato. Un abrazo.

Blanca Miosi dijo...

Lo copio y lo leo en casa. Después vuelvo!

Blanca Miosi dijo...

g.r.l., me ha gustado tu relato escrito en un lenguaje de otra época. Supongo que era la intención. Confieso que yendo hacia el final, por un momento se me ocurrió que el personaje tenía intenciones de suicidarse arrojándose a las vías del tren, pero veo que lo resolviste de una manera más original; dejando en duda lo que finalmente decidirá hacer, e involucras al lector con una pequeña pregunta: ¿O no?

Abrazos!
Blanca

g.l.r. dijo...

Muchas gracias, Juan. Siempre me ha llamado la atención ese ansia feroz que muestran los jugadores. Caer en ello, debe ser realmente horrible.
Un abrazo.

g.l.r. dijo...

Muchas gracias, Miguel. La verdad es que me acordé de tu relato -ya sabes que me pareció fantástico, como todo lo que escribes-, y decidí probar. Quizás más adelante me eextienda más sobre el tema.
Un abrazo.

g.l.r. dijo...

Muchas gracias, Deusvolt. Me alegra que te pases por aquí.
Creo haber jugado al poquer tres o cuatro veces, y reconozco que, aun a sabiendas de que no iba a poder recuperar mis pérdidas, no podía dejar de intentarlo. Algo me empujaba a intentarlo de nuevo y, por supuesto, volvía a perder. No llego a imaginarme las vueltas que le darán a la cabeza aquellos que sí tienen el vicio.
Un abrazo.

g.l.r. dijo...

Hola, Blanca. La verdad es que pensé en resoverlo así por dejarlo un poco en el aire, aunque, quizás... no sé. (je,je,je)
Un beso fuerte