martes, 8 de febrero de 2011

Clásicos y zombis, de DH Ediciones


Lo tenía pendiente desde hace tiempo. Y como no es aconsejable cargar la mochila de acarreos y tareas por hacer, comentaré ahora este fantástico libro que la editorial DH Ediciones publicó en diciembre de 2010 y que, bajo el título “Clásicos y zombis”, sacude nuestras mentes con imágenes vívidas y luctuosas —casi parezco incurrir en contradicción—, cuerpos putrefactos, mutilaciones y carnes corrompidas.
Ya desde hace tiempo, esto de los zombis ha pasado a ser algo habitual, casi omnipresente, y el crear historias preñadas de afanes carnívoros es un recurso al que muchos hemos dedicado unas horas de nuestro tiempo. Hemos querido encontrar la tan ansiada fórmula que nos permita resucitar el subgénero con renovado interés, emplear los mismos hilvanes que en el pasado, impregnarlos con alguna argucia novedosa y urdir un nuevo tejido, algo rompedor y hasta insólito, que nos haga disfrutar de estos seres desde otro punto de vista, nunca antes hallado ni pergeñado.
Vendría a ser esto, para no extenderme y explicarme mejor, y empleando una socorrida frase en este mundo del terror, darle una vuelta de tuerca, hallar algo distinto en él y remozar las historias aportando unos granitos de sal que nos hagan más placentero el paladeo de la sangre, las vivisecciones y evisceraciones varias.
Y vive Dios —también esta frase merece ser remozada— que los autores de Clásicos y zombis lo han conseguido.
Tras una breve introducción de este menda, en la que mi extrema prudencia y abultada bonhomía me llevó a rogar a los posibles lectores que no se internaran en el libro, inicia el texto un fantástico relato de Tony Jiménez.
Tony es un joven autor malagueño que nos viene acostumbrando a una nueva óptica literaria. Sus relatos nunca están exentos de salpicaduras de humor ni de plasma sanguíneo, y siempre nos deleita con historias nuevas, con una prosa muy gratificante y con inesperados giros de trama que nos obligan a leerle con suma atención.
En el caso de “La plaga de Troya”, y aunque la historia no resulte en absoluto novedoso, Tony consigue trasladárnosla de un modo vivificante y muy entretenido. Desdibuja a personajes legendarios, los desnuda de esa pátina dorada que siempre han lucido y la cambia por una piel ocultadora de carnes muertas.
No cabe aquí el afeo de lo predecible, pues la historia se trasgrede con la zombificación y el humor entreverado, se le añade un puntito de pimienta y se ofrece una prosa generosa, arcaica y genial, con la que se teje un relato fabuloso que muchos disfrutarán.

El placer de la carne, de Leandro Kreitz, donde el reallity show se lleva al exterminio, al horror en directo y a la podredumbre generalizada.
Leandro se hace eco de los deseos más oscuros del telespectador intelectual y arremete contra el programa blasón de la telebasura, reduciéndola a una papilla sanguinolenta, abundante de restos cárnicos y fluidos corporales. Al final, añade el necesario toque de lubricidad y lascivia, recordándonos que el hombre es, seguramente, la peor bestia de todas.
Pese a la dureza del relato y la reprobación que los actos del protagonista merecen, el lector no puede ausentarse del buen trabajo literario que adornan estas páginas.

Los Alyscamps, de Andrés Abel, es un curioso juego literario protagonizado por uno de los pintores más insignes y aclamados de finales del S. XIX. Aunque tarda en centrarse en lo mollar —a estas alturas, uno ya espera con ansiedad la presencia de los zombis—, la buena prosa del autor le permite dibujar la historia a la perfección, centrarse en las dudas, en las angustias, en la locura, y preparar al lector para lo que ha de venir.
La escena inicial en Allée des Tombeaux es realmente buena, y el enloquecimiento progresivo que se va destilando entre líneas parece sobrevolar el relato como una sombra funesta o una amenaza subrepticia.

Uno para todos, de Carmen del Pino, es, como cualquiera puede imaginar, una zombificación de una de las más grandes novelas de la historia: Los tres mosqueteros.
Carmen se fija aquí en la escena del duelo multitudinario y revelador de identidades que aparece al inicio de la novela, y lo cierto es que lo hace con una gracia y talento dignos de alabanza. Pese a la inclusión de los zombis, que podría suponer un atentado risible contra una obra magna de la literatura universal, el relato de Carmen mantiene fresco ese aroma aventurero y folletinesco de la novela madre, a lo que consigue unirle ocasionales ribetes humorísticos que hacen muy agradable la lectura.

Para comerte mejor, de Javier Pellicer. Tenía ganas de leer este relato, pues considero a Javier un escritor enorme, de esos pocos que son capaces de crear mundos paralelos, tan distantes como cercanos, con pequeños esbozos perpetrados en unas pocas líneas. Imaginaba que sería algo complejo, tumultuario de personalidades y detalles, abundante en giros y jugueteos estilísticos, y certero en las descripciones y exposiciones. Pero lo cierto es que me he llevado una sorpresa. Javier, en este caso, se ha desprovisto de esos artificios fastuosos que tan sabiamente maneja y se ha ufanado en mostrar algo sencillo o infantil, como un juego, un guiño o una sonrisa. Sin embargo, aunque el tono general exuda levedad, y casi ingenuidad, sí deja en el lector un gran poso de amargura.
Nunca le perdonaré que haya ensangrentado mis recuerdos literarios infantiles. Caperucita ya nunca será la misma, y, a partir de ahora, consideraré erradicar el libro de la estantería de mis hijos.
Es un relato sencillo, muy breve y muy, muy grande.

Hannah, de José Luis Cantos, parece un guión cinematográfico. El uso de la primera persona le da un tono de inmediatez y desasosiego extenuante, y su estructura capitular —discúlpenme la inconsistencia teórica—, hilvanada en tres actos, confiere a la historia el adecuado ambiente de crispación. La tensión se palpa, la desgracia parece gravitar sobre el lector, y el drama, más afianzado en la corrupción humana que en la putrefacción corporal, hacen que uno, al final, ya sea incapaz de percibir dónde habita la maldad. ¿Quizás en los zombis? ¿Quizás en la propia naturaleza humana? Sin duda, uno de los que más he disfrutado.

Los otros, de Pilar Alberdi. Pilar escribe muy bien. Es de esos escritores —discúlpenme el genérico— hábiles, talentosos y bien dotados, que son capaces de bosquejar sentimientos con unas pocas palabras. El amor, el desconsuelo o la añoranza parecen impregnar las páginas de este relato, salpicando con sus humores a un lector inadvertido y cada vez más perplejo. Los recuerdos fluyen y dejan un poso amargo, y la esperanza, ilusoria y cariacontecida, viene solo acompañada de la muerte.
Un gran relato. Vive Dios.

Yo, ¿zombi?, de José Ramírez, es un relato inusual, transgresor y socarrón, pero, por encima de todo, ciertamente hábil. La prosa empleada es ligera, muy correcta y eficaz, y el autor ha sabido aderezarla con unos tintes tabernarios realmente brillantes y atinados. El texto se convierte en una declaración de intenciones; en unos estatutos enfermizos, aunque muy coherentes, de los redivivos; en una aceptación del ser y en una enloquecida invitación a la glotonería. Las descripciones son muy vívidas, y aunque el tono grotesco y socarrón intenta desproveerlas de ese cariz horrísono de los zombis, no consigue privarnos de esa intensa sensación de repugnancia que nos acompaña durante la lectura.
Una visión distinta, rayana en la locura, descabellada si quieres. Pero genial.

Mariposa roja, por Laura López. Es una zombificación muy libre de Romeo y Julieta. Quizás por exceso de imágenes y elipsis argumentales, el relato adolece de cierta falta de claridad. Pese a ello, es un texto muy original, vertiginoso en ocasiones y hasta hiriente, cuando las imágenes recreadas incluyen plasma sanguíneo y goloseo de miembros humanos. He de incluir, no obstante, un afeo: La prosa de Laura, certera e impactante, debiera haberle permitido un mayor acercamiento al lector del conseguido en este texto.

Error de diseño, de Victor M. Valenzuela, trata una óptica distinta, evolutiva, esperanzadora, aunque apocalíptica, y casi empática. El texto tiene mucho de precisión fotográfica, de captación de la inmediatez y de vivacidad, lo que permite disfrutar el relato de un modo muy cercano. Resulta ciertamente llamativo —y tranquilizador— constatar que la rapidez narrativa no va en desdoro de la descripción.

En resumen, y pese a lo expuesto en la introducción, lean. Lean y dispónganse a disfrutar, a aprender y a pasar miedo. Si no lo hacen así, se arrepentirán. Seguro.
Todo aquel que desee adquirirla debe seguir este enlace

2 comentarios:

Miguel Baquero dijo...

Lo cierto es que eso de mezclar clásicos literarios y zombis es una idea fresca, aunque, como todos los descubrimientos, creo que ya se está abusando de él, pero si a la gnte le sigue gustando...

Gervasio López dijo...

A mí nunca me gustó, pero esta gente lo ha hecho muy bien.
Gracias por estar ahí.
Un abrazo.