jueves, 23 de abril de 2009

La mansión Mayer (3)

A pesar de sus setenta años cumplidos, era Don Mortimer hombre fuerte y con nervio y, enardecido por la rabia y espoleado por la curiosidad, sus buenos veinte metros arrancó a sus vecinos que, aunque más jóvenes y fuertes, no conseguían librarse del pesado lastre nervioso que acarreaban. Ya en el recibidor, corriendo como alma que lleva el diablo hacia el salón, empujó la puerta y entró en la habitación. La hoja se batió con estrépito y, aunque pronto se cerró de nuevo, sí se mantuvo abierta el tiempo suficiente para que los dos investigadores más rezagados pudiesen ver algo que recordarían el resto de sus vidas.

Dicho ha quedado que fueron tan sólo un par de segundos los que permaneció visible tan horrible personaje, pero a ellos les pareció una eternidad.

Una figura espectral, desvaída, enjuta de carnes níveas y marmóreas, se había abalanzado contra el reverendo Mortimer, con los ojos refulgentes de odio y desesperación. Parecía flotar en el aire, como si estuviese suspendida, pero tal era la violencia con la que se había arrojado sobre el cuello del cura que se hubiera podido decir que era una madeja desmadejada de jirones de tela y carne nervuda azotada por un fuerte tifón. Enarbolaba por delante unas manos huesudas y blancas, con las uñas muy largas y oscurecidas por la escasez de limpieza, como garras de una fiera abandonada y rabiosa.

La expresión del Párroco era de terror, con los ojos desorbitados y la boca desmesurada. Apenas pudo hacer nada, salvo contemplar su propia muerte. El mensajero del infierno se arrojó sobre él y lo abatió de un soplo, antes de que un gutural gemido brotase de la garganta del clérigo. Cayeron hacia un lado y ya nada más se vio. La puerta se había cerrado y ellos caían sumidos en una inconsciencia aterradora y solitaria, arrastrados por una marea de brumas que les impedía ver las escaleras y el recibidor.

Días más tarde, una vez recuperados de tal terrorífica experiencia, Cook y Beresford, farmacéutico y maestro, con el gratificante estímulo de dos buenos vasos de ron, consiguieron balbucear una explicación que a todos resultó increíble. Dijeron haber visto al viejo Mayer, exangüe y con los ojos como dos tizones ardientes, levitando en el aire. Vieron cómo se había abalanzado sobre el Sacerdote señor Mortimer y cómo éste, aterrorizado por tal funesta aparición, no pudo evitar sucumbir a la muerte.

Horripilados por tal visión – contaron -, ambos desfallecieron y cayeron escaleras abajo, de resultas de lo cual lucían aparatosos vendajes y contusiones. A partir de ahí nada supieron si no por los informes que de sus vecinos les llegaron.

Éstos les informaron de que al escuchar el estrépito originado, e impulsados por un extraño sentimiento de bonhomía, un grupo de vecinos decidió encaminarse hasta la mansión y acudir al rescate de los suyos. Allí encontraron a Cook y a Beresford en el suelo, inconscientes, a los pies de la escalera. El Reverendo Mortimer se hallaba tumbado en el salón, con una mueca grotesca en el rostro. Sus ojos estaban desorbitados, sus labios fríos y amoratados y su boca, abierta de par en par, mostraba un gesto contraído y enervado, como de terror.

Tras una exhaustiva búsqueda por la mansión encontraron al señor Mayer, muerto, en una de las habitaciones de la planta superior. Semejaba llevar allí sus buenas dos semanas, aunque tal punto no se vio refrendado por opinión experta alguna.

Ante la perplejidad de los vecinos y los continuos rumores sobrenaturales que comenzaban a circular por el pueblo, las autoridades locales se vieron en la obligación de pergeñar una explicación lógica. Sus esfuerzos obtuvieron las siguientes conclusiones:
-Primera: El señor Mayer había muerto de causas naturales.
-Segunda: El Reverendo Mortimer, ya ciertamente entrado en años, y escasamente acostumbrado a emociones fuertes, falleció por repentino ataque al corazón.
-Tercera: Cook y Beresford, quizás por efecto de los golpes que sufrieron en su caída, creyeron ver al señor Mayer con vida. Resulta innecesario explicar -resaltaba el informe- que tal cosa es, por fantástica, imposible.

Sea como fuere, a partir de esos acontecimientos, la Mansión Mayer es conocida en toda la región como la casa del viejo fantasma. Y allí sigue, divisando el pueblo desde su otero.

2 comentarios:

Miguel Baquero dijo...

De nuevo me lo imprimo (porque tanto se me hace difícil leer en pantalla)y te comento.

g.l.r. dijo...

Espero que te guste, Miguel. Ya me contarás.
Un abrazo.