domingo, 19 de abril de 2009

La mansión Mayer

He decidido colgar un relato escrito hace unos días. Dentro de poco mostraré la continuación. Espero que os guste





LA MANSIÓN MAYER

Joseph Mayer, misántropo contumaz, conocido por los pocos que osaron tener relación con él como “el malvado Joseph”, murió en su casa de Silas, Ohio, a los 94 años de edad. Se podría decir, sin que a nadie pudiese sorprender, que un fallecimiento así era esperado y normal, mas una serie de extrañas circunstancias que rodearon el óbito llenaron de asombro y perplejidad a todos los habitantes del pueblo.

Joseph Mayer odiaba al género humano. Era tal su animadversión hacia el hombre que, si bien es cierto que nunca se le conoció atentado alguno contra sus semejantes, todos sus esfuerzos, a lo largo de toda su vida, fueron encaminados a apartarse de ellos y no tener ninguna relación o trato que pudiese menoscabar su misantropía. Su casa, con puertas y ventanas tapiadas con tablas, se situaba en el centro de una enorme finca rodeada por un alto muro de piedra, de tal guisa que cualquiera que pretendiese husmear en su interior tendría que sortear infinidad de obstáculos para cumplir tal fin. Todo ello, mansión y finca, era fruto de una herencia que, se rumoreaba, había sido sumamente cuantiosa y le permitía, sin precariedad alguna, vivir apartado de sus congéneres sin roce humano o transacción comercial.

Tan sólo aquellos que le proveían de las viandas necesarias, a través de una pequeña portezuela, se atrevían a entrar en la finca. Así las cosas, el entorno humano del anciano estaba formado por el carnicero, el frutero, -ambos de escaso entendimiento-, y el pescadero. Ninguno de ellos tuvo oportunidad alguna de hablar directamente con él, sin embargo, John Mills, carnicero de Silas, y James Morton, frutero limitado, sí habían conseguido verlo, durante breves instantes, oculto tras alguna ventana.

Contaban de él que su cara era estrecha, afilada y huesuda, cubierta de pequeñas manchas negras que ensuciaban una piel nívea y surcada de arrugas. Era su cabello blanco y muy escaso, y sus ojos, negros y brillantes, semejaban dos tizones ardientes y diminutos. Tal fantástica descripción, pensaban los vecinos más sensatos de Silas, era fruto de una imaginación desbordante que se había instaurado en todos sus vecinos ante la extraña actitud de Mayer, pero ninguno de ellos se veía capaz de presentarse ante él para demostrar tal afirmación. Algunos decían de él que era un brujo, que estaba maldito, o que era la encarnación de uno de los muchos diablos que pueblan el averno. Otros, los menos dados a la ficción, pensaban que era un millonario loco, y seguramente enfermo, que llevaba sus excentricidades al límite.

Se rumoreaba que por la casa se paseaban fantasmas a todas horas, que acudían a su cita con el viejo y vagabundeaban por la mansión en busca de almas que poseer o incautos a los que capturar. Leyendas surgieron a decenas y se hicieron famosas por toda la región, arrastrando a multitud de curiosos que decidían llegarse hasta allí para comprobar, por sí mismos, si todo lo que se decía de la mansión de Silas era cierto. Se agolpaban junto al muro, observaban desde la distancia y esperaban allí hasta que, horas después, optaban por regresar de nuevo a sus casas. Los niños corrían asustados al pasar por las inmediaciones de la mansión, los hombres miraban con desconfianza y temor, y los ancianos, cuya religiosidad estaba más arraigada, se hacían cruces y musitaban breves plegarias.

Durante años, todo el pueblo de Silas vivió a la sombra de tales cuentos, aunque aún había muchos que hacían caso omiso de tal maldición.

Hasta que un día de mayo, no se sabe con exactitud cuál, el viejo murió.

Nadie sabe cómo sucedió ni las causas que rodearon tal fallecimiento. Las sospechas salieron a la luz cuando carnicero, frutero y pescadero vieron, con gran asombro, que las viandas que depositaban a través de la pequeña portezuela se acumulaban sin que nadie las retirase. La noticia corrió por el pueblo como un reguero de pólvora, y en todos los foros se hablaba del viejo Mayer y de lo extraño del caso. Tal fue la importancia que se le adjudicó a la cuestión que, en un intento de arrojar algo de luz clarificadora, un grupo de notables de la villa decidió encaminarse hacia la mansión, entrar en ella y dilucidar, de una vez por todas, aquel curioso asunto.
(Continuará...)

2 comentarios:

Carlos Frontera dijo...

Una narración muy amena y fluida que lleva al lector en volandas. Permanezo atento al desenlace, que se me plantean un par de dudas (lo cual es un acierto del cuento, que plantee dudas), pero no me quiero adelantar.

Me llamó la atención que tanto el carnicero como el frutero fueran escasos de entendimiento, y se librara de tal calificación el pescadero. Cosas mías.

Por otro lado, hay una pequeña errata al comienzo del cuarto párrafo: donde dice heusuda, debiera decir huesuda. Algo insignificante.

En ese mismo párrafo se describe al anciano y se habla de "tal fantástica descripción". Sin embargo, por la descripción me he figurado un ser anciano, ya decrépito, no un ser fantasioso. Quizá yo hubiera optado por exagerar más algunos rasgos o por introducir directamente algún elemento fantástico en la descripción. No sé.

Lo dicho: te felicito y permanezco atento.
Saludos.

g.l.r. dijo...

Muchas gracias, "viajero", por tu comentario. Con tus indicaciones y consejos -todos ellos muuy atinados, por cierto- conseguirás, poco a poco, que aprenda algo acerca de esto de juntar letras. Por ello te estoy muy agradecido. Es un placer contar contigo, y es un placer leer tus relatos. Espero ver algún día una publicación tuya. A buen seguro sería un éxito.

Es cierto lo que comentas en relación a la descripción. La verdad es que, una vez acabado el relato, comienzo con la poda y, en ocasiones, se me va la mano. Lo hago sin sentido y por ello pago un precio, pero prometo estar más atento la próxima vez.

Me siento muy halagado de que frecuentes mis escritos, créeme, y te agradezco tu buen tino, tus sabias recomendaciones y la elegancia de tus escritos. ¡Quién pudiera hacer lo mismo que tú!

Un abrazo, y muchas gracias.