viernes, 3 de abril de 2009

Un "estar sin tripas"

Ya estaba hecho. Un disparo, uno solo, y a otra cosa. Había sido fácil, mucho más que en otras ocasiones en las que el día estaba torcido, cuando pintaban bastos y caían chuzos de punta y se veía obligado a partirse los redaños con alguien tan peligroso como él, tiro a tiro y golpe a golpe. Pero ese día había sido fácil. Sonrió con alivio, con la mandíbula prieta, un instante. Luego, la sensación de siempre.

Era una sensación extraña, pesada, que siempre le asediaba tras un crimen. Era una desazón, un frío en el estómago, un “estar sin tripas” que dolía, que dolía y no cesaba. Al menos durante un tiempo.

Ese “estar sin tripas” le acompañó durante todo el camino hasta el club, y seguramente, lo sabía, lo haría durante unos días más, hasta que otro trabajo y otro rostro sustituyesen a los anteriores.

Buscó con ansia el puticlub, como alguien que se refugia de la lluvia, en pos de un buen remedio para sus males. Unos cuantos güisquis y un buen polvo le ayudarían a olvidar. Sería por poco tiempo, cierto, pero durante unas horas, el alcohol, el fuerte perfume de las chicas, y sus caricias y atenciones, conseguirían que se sintiese un hombre nuevo, uno distinto, sin culpas ni remordimientos, sin muertes ni disparos, sin rostros exangües a su alrededor. Lo olvidaría todo, sólo gozaría, y por unas horas estaría bien.

Traspasó la puerta metálica y se sumergió en la tenue iluminación. Sintió cómo lo inundaba un aroma sensual, fuerte, erótico. No le gustaba, nunca lo había hecho, pero aquel aroma era bueno, muy bueno, por lo que tenía de preludio y de excitación. Sólo por eso.

Era un local pequeño, sin fanfarrias ni lujos, pero con buenas chicas. La barra era alta, como para acodarse en ella sentado en un taburete escaso e incómodo, con luces azules en el peto que dibujaban formas sin sentido. El camarero, un tipo bajo y regordete, calvo, con una coleta espesa y rizada para compensar ausencias, miró a Matías y lo saludó con una sonrisa, mostrando sin complejos una dentadura sucia y separada, reñidos unos dientes con otros. Sin palabras, apenas sin gestos, sirvió un güisqui de malta, como siempre, y Matías se lo metió al coleto de golpe.

Las chicas, morenas y casi desnudas, se apoyaban en la barra, bebían agua y curioseaban en sus teléfonos móviles, con la mirada perdida en ellos, como esperando una llamada que las apartase de todo aquello para siempre. Una de ellas, brasileña morena, se acercó a Matías y lo abrazó, exhibiendo redondeces y piel bajo un vestido, corto y escaso, de color oro. Era una vieja amiga, callada y esforzada, y el asesino la rodeó con los brazos. Le gustaba Nina. Las palabras sobraban, no eran necesarias, y los cariños no faltaban. Siempre se iba con ella, siempre lo pasaba bien, y aquella noche no era diferente.

Con un movimiento de cabeza Matías pidió otro güisqui. Se incorporó, cogió el vaso, agarró a la morena y se dirigió a la habitación. Nina balanceaba el culo junto a él, golpeándole la cadera con su vaivén cálido y contundente. El asesino esbozó una sonrisa – algo parecido -, y le propinó un azote cariñoso. Sentía las tripas de nuevo, y se sintió bien.

Dos horas después volvería el “estar sin tripas pero, hasta entonces, se olvidaría de el. Se lo tenía ganado. Por fin.

4 comentarios:

Miguel Baquero dijo...

Ah, pues sigue, yo creía que había acabado en la entreda anterior. Entonces dije algo comoque me parecía inconcluso o que o tenía entidad de cuenta. Eso me pasa por bocazas. Sigo atento a la lectura.

g.l.r. dijo...

Hola, Miguel. Poco a poco iré colgando más entradas del asesino, aunque las alternaré con otro tipo de relatos. En cualquier caso, me encantará que te sigas pasando por aquí.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Me están encantando las aventuras de este asesino putero y atormentado, y, muy especialmente, la forma en que las cuentas. El estilo es ya muy tuyo, muy agradable y rico.

Sigue así, que yo seguiré leyéndote. Enhorabuena y ánimo.

Ramón

g.l.r. dijo...

¡Qué bueno que te gusten estas historias, Ramón! Muchas gracias, una vez más, por tus palabras de aliento.

Un abrazo.