martes, 16 de junio de 2009

La casa de mis pesadillas (2ª parte)

Con el ánimo muy recogido y poco dado a zarandajas, cumplí las órdenes de mi jefe – insisto en la maldición antes citada-, acaté mi destino con gran pesar y me trasladé a Os Prados.

Llegué hasta allí una mañana soleada de verano, al mediodía, y decidí comer en un restaurante cercano. Era una casa ciertamente más moderna que las que por allí había, de paredes encaladas y cubierta de teja, donde acostumbraban a detenerse todos los viajeros que por allí pasaban. Ocupé una mesa del comedor y pedí el menú del día.

Una señora gorda, desastrada, con el pelo negro recogido en un moño excesivamente descolgado, me sirvió un plato rebosante de comida, quizás grasiento pero exquisito, que devoré con ansiedad, ajeno a las curiosas miradas de los que allí estaban. Decidí ignorar aquellos ojos que me escrutaban, consciente de que un extraño siempre despierta interrogantes, pero al final me sentí molesto y preferí abandonar el comedor. Fue entonces cuando percibí la primera señal de alerta.

Al pagar mi cuenta, la propietaria del restaurante me preguntó adonde me dirigía. Le expliqué los motivos de mi presencia allí y le dije dónde pensaba alojarme. Repentinamente, ante mí, su rostro se demudó en mueca.

Su cara adquirió un tono níveo, una expresión tensa, con ojos desmesurados por el miedo. Perplejo, me interesé por el motivo de su extraño sobresalto, pero ella fue incapaz de responder con coherencia. Tan sólo balbucía una frase extraña, sin sentido, cuyo significado yo no pude descifrar. Se llevó la mano a los labios, con gesto horrorizado, y huyó de mí para refugiarse en la cocina.
-Niña mala, niña mala.- decía entrecortadamente mientras abandonaba el comedor. –No vaya, por Dios, no vaya allí.- insistía.

Miré a mi alrededor; dos hombres me observaban con el rostro ceñudo, pero permanecieron en silencio. Uno de ellos se santiguó. Pensé en pedirles una explicación por el absurdo comportamiento de la mujer, pero decidí no hacerlo; me sentía ridículo, y preferí marcharme. Asombrado ante tal muestra de locura, salí del restaurante y me dirigí hacia mi nueva casa, sin dejar de pensar en la extraña frase que la mesonera había dicho. Algunos días más tarde, preso ya del horror que me había tocado vivir las jornadas anteriores, aquella expresión cobraría pleno sentido para mí, pero en aquel momento, consciente de lo inútil del esfuerzo, decidí olvidarlo y no atormentarme por encontrar una explicación racional. Abandoné el restaurante, puse en marcha el coche y reanudé mi camino. Diez minutos después me encontraba ante mi nuevo hogar.

Su visión me resultó desoladora. Siempre había sido partidario de optimizar los recursos de las administraciones públicas, ser exigente en el control de los dineros y no malgastarlos en actos vanos, pero aquello era excesivo. –No es gran cosa, pero estarás bien- había dicho mi Jefe. –Mal nacido- pensé yo. Si me hubiese fijado en la extraña sonrisa que esbozó cuando me ordenó marchar, quizás hubiese sospechado algo, pero ya no le prestaba atención. Aquella tacañería rozaba lo esperpéntico pero, para mi pesar, ya no había remedio. Me armé de valor, saqué el petate del maletero y entré en la casa.

Crucé la entrada con paso tembloroso, inseguro, acompañado por un herrumbroso quejido de los goznes de la puerta. Aquello rechinaba en mis oídos como una tétrica advertencia de lo que me deparaba la estancia entre aquellas cuatro paredes, pero no le hice el caso debido. Pasé al recibidor, encendí la luz, y me quedé helado.

El interior de la vivienda era horrible. La cal de las paredes estaba desconchada, con manchas negruzcas de humedad, y la basura se acumulaba por todas partes. El suelo estaba cubierto por papeles envejecidos, por botellas y por hojas que se habían colado por las ventanas rotas, como una alfombra de inmundicia y abandono. Esquivando todo aquello a saltitos llegué a la cocina, y pude comprobar que el pasillo no era lo peor.

Faltaban algunos azulejos, caídos ya años atrás; los fogones estaban oxidados, y el fregadero estaba lleno de un agua marrón y pestilente, con una sustancia oleosa en la superficie. –A ver cómo lo vacío- recuerdo que pensé. El simple hecho de pensar en introducir mi mano en aquella mugre viscosa me despertaba náuseas; hacerlo, me llevaría al vómito con toda seguridad. Atónito, subí a la planta alta.


El camastro del dormitorio estaba enmohecido, atacado por la podredumbre, con una manta sucia y rota por encima. Recuerdo haber sentido asco, y desistí de cobijarme bajo ella.

Por todas partes había goteras, y un olor rancio lo inundaba todo. Semejaba una pocilga, una cochiquera, llena de mugre y trastos viejos por doquier. Recorrí la estancia con la vista, confuso por tal abandono, pero algo llamó mi atención.

Era una pequeña muñeca de porcelana, ajada y descolorida, con el pelo rubio y una muesca en la cara. La blancura de su rostro se veía ya quebrada por los años. Sus ojos, de un color azul extraño, giraban en sus cuencas sin control, apenas solidarios entre ellos. La observé unos segundos; su aspecto resultaba turbador, inquietante, y la deposité de nuevo sobre la mesa, con un leve escalofrío recorriendo mi espalda. Se balanceó sobre su espalda, un instante, como animada, y aunque pueda parecer descabellado, me sentí vigilado por ella. Aquello me desconcertó. Jamás había sentido algo así; jamás me había sentido tan agitado, pero aquella sensación se acrecentaba en mí de modo asombroso. No era real, era tan sólo una percepción de desasosiego, de desvelo, pero parecía arraigada en mí, pesando como una losa, cada vez más. Abandoné la habitación muy intranquilo, ciertamente avergonzado, pues mi mente rechazaba todo aquello, tan absurdo y tan ilógico.

Un leve temblor afloró a mis manos, un bronco latir surgió en mi pecho, tan desconocido, tan irracional, que apenas pude reprimir el llanto. Deseé no estar allí, deseé marcharme lejos, pero me resistía a dejarme vencer por el temor. Renuncié entonces a marcharme, renuncié a abandonar. Tenía que librarme de aquella desazón que me embargaba. De no hacerlo, mi trabajo habría terminado antes de empezar.

Para salir de mi inquietud, me obligué a ordenar la casa, para librarme de toda aquella porquería y adecentar mi alojamiento. Una vez limpia, la vivienda no resultaría tan tenebrosa. Tiraría la muñeca, la arrojaría lejos, y mi temor se acallaría. Sin embargo, horas después, cuando ya la casa estaba libre de inmundicia, algo vino a suceder que trastocó mi realidad.

12 comentarios:

Majé dijo...

Buenísimo!!!!
¿Qué más puedo decir? Un orgulloso bravo y adelante!

g.l.r. dijo...

Muchas gracias, ML. ¡Qué importante es tu apoyo! Un beso fuerte (para todos).

Cristina Puig dijo...

Buahhh me ha encantado esa historia oscura,ayyyy como nos dejas!! quiero saber más!!. Me gusta cómo describes la vivienda, la imagino y me da asco de verdad jeje. Espero que nos cuentes más en breve porque no me vas a dejar descansar estas vacaciones si no sé que pasa!!! jajaja es broma. Enhorabuena, la historia engancha muchísimo!
Saludos

g.l.r. dijo...

Muchas gracias, Cristina, por tu entusiasmo y tus halagos. había pensado en colgar la historia completa, pero la verdad es que no sé cómo termina. Estoy escribiendo una novela, varios relatos -uno de ellos es éste-, y aún no sé cuál va a ser el desenlace. Imagino que en pocos días lo remataré, y todos nos enteraremos del final.
Tengo una forma de escribir, entiendo yo, muy peculiar. Lo hago sin guión previo, sin haber pensado la historia con anterioridad; simplemente escribo, y al final sale lo que sale. Espero no meter la pata demasiado, concluir la historia sin demasiados problemas y que os guste algo.
Un beso.

Un beso

Juan Pan dijo...

Es un relato sobrecogedor, impresionante.Espero ansioso la continuación. Y si, tal como dices, escribes al vuelo sin tener clara aún la conclusión,tiene más mérito que te haya quedado así. Te felicito por tu creatividad. La prosa y el estilo me parecieron excelentes, y el ritmo trepidante lleva al lector hasta el final sin tomar un respiro. Es algo muy difícil de conseguir.

Para que todo no sean halagos te diré también que deberías hacer más uso de los sinónimos para que algunas palabras no sonasen como repetidas aunque no lo sean:
herrumboso-herraje por oxidado- herraje. Describes la casa como una pocilga y cochiquera,cuando éstas son la misma cosa; y dices una palabra que no he oído nunca y puede que sea correcta, pero no suena bien: las cales de las paredes... Yo diría la cal de las paredes porque es el mismo material que las recubre, no son pinturas diferentes.

Bueno, lo dicho: te felicito por tu excelente relato, espero la trecera parte.
Saludos.

g.l.r. dijo...

Estimado Juan, muchas gracias por tus halagos y tus consejos -estos últimos los agradezco aún más-. Me alegra que te esté gustando el relato; confío en colgar mañana o pasado la tercera parte -no sé si será el desenlace, ya he explicado cómo va esto-.
Estoy de acuerdo contigo en las correcciones que apuntas. Acostumbro a escribir de carrerilla y, bien por premura, bien por desconocimento o dejadez, mis escritos suelen aparecer con fallos evidentes como los que mencionas. No obstante, como puedes comprobar, he corregido alguno. Lo de las cales se trata, fundamentalmente, de deformación profesional, ya que es una expresión empleada con mucha frecuencia aunque, obviamente, muy poco correcta.
En cualquier caso, muchas gracias por tu visita y tus atinados consejos.
un saludo.

Anónimo dijo...

Acabo de cometer un error: he leído las dos partes del relato y ahora me veo en la obligación de esperar a que cuelgues el resto y pueda enterarme de cómo continúa. ¡Qué larga se me va a hacer la espera!
Como todo lo que escribes, me ha encantado. Las descripciones son geniales, más que eso. Has conseguido crear un ambiente de desasosiego e inquietud que impregna todo el relato y que atrapa a quien lo lee. A mí también me recuerda a los relatos de Poe, Maupassant y otros grandes. Y mientras leía, no he podido evitar imaginarme la historia como una de aquellas películas antiguas de la Hammer, aquellas que dirigía Roger Corman e interpretaba (casi siempre) Vincent Price, que también estaban envueltas en el mismo ambiente desapacible e intrigante.
Como siempre, consigues enganchar a quien te lee, y ese es uno de tus principales talentos. Sigue así, que aqui tienes a un lector devoto.
Un abrazo.

Ramón

g.l.r. dijo...

Ya no sé qué decir, Ramón. Muchas gracias por tus palabras y tu afecto. Es un privilegio leer tu comentario.
Un abrazo.

Blanca Miosi dijo...

G. Logras traspasar las sensaciones al lector, y ese es uno de los principales logros de tu relato. Esta parte es perfecta:
"El suelo estaba cubierto por papeles envejecidos, por botellas y por hojas que se habían colado por las ventanas rotas, como una alfombra de inmundicia y abandono."
Es literatura.

Besos,
Blanca

g.l.r. dijo...

Blanca, éste es, posiblemente, el halago más bonito que he recibido. Me llena de orgullo el que pienses que he sido quién de transmitir algo con mi escrito, emociones o sentimientos, y que opines que el relato tiene valor literario. Es fantástico contar contigo.
Un beso fuerte.

P.S.- Por cierto, estoy a la espera de recibir "El legado" -en mi ciudad no he podido encontrarlo-. Ya te contaré.

Anónimo dijo...

Vaya que manifiestan ansiedad estas letras. Definitivamente muy buenas. Un verdadero gusto leerte.

g.l.r. dijo...

Un verdadero gusto el tenerte por aquí, Salvador, y una gran satisfacción el saber que te ha gustado lo que he escrito.
Me ha encantado la entrada sobre los mineros.
Me gustará verte por aquí.
Un saludo.