sábado, 14 de marzo de 2009

La espera del asesino

Otro relato, otro ejercicio. Ha surgido esta tarde. A ver qué os parece.

Un abrazo.

La espera del asesino

Le dolían las plantas de los pies, sentía una especie de quemazón, y sus piernas hacía ya mucho que se habían entumecido. La espera estaba siendo demasiado larga, mucho más de lo que él hubiese creído en un principio, y eso le crispaba los nervios. Su Creador, fuese éste quien fuese, no había hecho un gran trabajo con su paciencia, nunca tal virtud lo había adornado, y para él era un suplicio aguardar para actuar.

Se había acomodado, si tal palabra puede definir lo que él sentía en aquellos momentos, tras uno de los pilares del enorme garaje, debajo de la rampa de acceso. La altura del cubículo que lo cobijaba era, a todas luces, insuficiente para su elevada corpulencia, y por ello se veía obligado a doblar el espinazo más de la cuenta. Le dolían los riñones, las piernas estaban muy tensas, y le temblaban, y su enfado crecía por momentos. ¿Cuándo iba a aparecer aquel maldito juez? Se llevó la mano hasta su costado izquierdo y palpó con alivio el arma que escondía bajo la gabardina. Aquello hizo que se tranquilizase. Le gustaba aquel revolver, le gustaba lo que sentía cuando lo llevaba, la seguridad que le daba, y le gustaba en qué lo transformaba.

Iba a despachar a un tipo, un juez o algo así. Por lo visto, éste había molestado a alguien muy importante, alguien con quien no se podía jugar, y ahora iba a pagarlo con la vida. Los motivos que ese alguien tenía para ello no le importaban, nunca le habían importado, y seguiría sin hacerlo. Lo único que contaba era la soldada que por ello iba a percibir. Dinero fresco, dinero que gastar. Aquello era lo único que importaba. Despachar a alguien, no.

Retumbó un eco de pasos que lo sobresaltó. Dio un paso atrás, se sumergió en la oscuridad del cubículo y aguardó unos segundos. Aquello le molestó. Allí la altura era todavía menor, y el dolor de riñones se acentuó. Los pasos eran cada vez más cercanos, el eco más rotundo, y el pulso de su corazón se aceleró. La adrenalina comenzaba a correr, su respiración, contenida con esfuerzo, pugnaba por agitarse con violencia, y sus dedos, crispados en un estrecho apretón en torno al revolver, se blanqueaban por la presión.

Los pasos se aproximaban cada vez más, con una cadencia rítmica que le ponía nervioso, retumbaban en las paredes, en el techo, se colaban en sus oídos, y los martilleaban con insistencia. Su pulso se aceleraba, sentía el corazón en el pecho, en las sienes, y golpeaba con violencia. Él se apretaba contra la pared, ocultándose en la protectora oscuridad, y su víctima se aproximaba. Unos pasos más y estaría junto a él. Sacaría su revolver, apuntaría, fuego, y hasta otra. Trabajo resuelto, a cobrar, y al club de “las chicas”, a pasar un rato agradable. Recordó el profundo olor a perfume que inundaba aquel club, que inundaba todos los clubes, y deseó encontrarse allí.

Unos segundos más, unos pasos más. Tan sólo unos pasos más.

Una sombra, oscura y alargada, avanzó hacia él, oscilante en el suelo, cada vez más cercana, cada vez más oscura. Sacó el revolver, estiró el brazo y esperó. Sería un disparo, uno solo, un tiro en la base del cráneo, un chorro de sangre y nada más. El resto, historia.

Sus dedos se cerraron aún más, el alza no temblaba, el gatillo era fácil. La sombra avanzó, y surgió un hombre. Un tipo joven y trajeado, un elegante ejecutivo, algún estúpido licenciado pagado de sí mismo que, a buen seguro, estaba encantado de conocerse. Pero era demasiado joven. Los dedos se aflojaron, su rostro se crispó, y una maldición brotó de sus labios. Aquel no era el tipo. –Maldita sea- murmuró entre dientes. Bajó el arma. El hombre pasó de largo. Los pasos se iban alejando, el eco se iba atenuando, y su enfado iba creciendo. Guardó el revolver, se pegó contra la pared y se dispuso a esperar. Los riñones le dolían cada vez más. La quemazón de sus pies crecía y las piernas estaban muy tensas. Pensó en las chicas. Esta vez tendrían que esperar. ¡Menuda mierda!

–Maldita sea. ¿Dónde se habrá metido ese Juez?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tiene toda la pinta de ser el inicio de una buena historia. Su tono resulta demasiado amplio para encajar en la síntesis que requiere un relato y, por otro lado, resulta demasiado preciso y descriptivo para formar parte de una novela. Escribir una novela es como el control de la respiración mientras se corre una maratón. Si vuelcas todos tus esfuerzos y echas el resto al principio, te quedarás sin resuello en el segundo kilómetro. :-)

En cualquier caso, insisto. Es un buen comienzo de lo que parece una interesate historia.

Abrazos,
Pedro de Paz

Anónimo dijo...

Me alegro de que pienses así, estimado Pedro. Lo que pretendo con este relato es que suponga el inicio de una serie de pequeñas narraciones sobre un asesino a sueldo. Va a ser algo así como una novela -permítaseme el atrevimiento- por entregas. La segunda parte la colgaré esta semana, y confío en pulir esos defectos que tanto me adornan. Con vuestra ayuda seguro que seré capaz de lograrlo.

Por cierto, muchas gracias por esos sabios consejos que apuntas. Puedes estar seguro de que no voy a permitir que caigan en saco roto. La analogía entre el proceso de escribir una novela y la respiración en una maratón me ha parecido acertadísima, como siempre.

Muchas gracias, y un fuerte abrazo.