domingo, 20 de febrero de 2011

Dichosos días tristes


Aquí os dejo una escena de una novela que estoy escribiendo. Se ambienta en la guerra civil española (ya, ya sé que el tema está trillado), y narra la vida de un chaval que recorre el país en compañía de un reportero inglés.
Espero que os guste, aunque está pendiente del coñazo que siempre supone la revisión.


De las correrías con mi tío Juan

El tío Juan era un borrachín, un pendenciero con valor de chisgarabís y un putero irrefrenable que, desmontado ya de su coartada samaritana, se afanaba en frecuentar cuantos lupanares había por Madrid, ávido de arrullos sicalípticos y de amores mercenarios. Era la suya una entrega total y atropellada, carente de precauciones monetarias, morales y hasta físicas, con aromas de suicidio y visos de muerte prematura. Pero eso apenas le importaba.
Entraba en los prostíbulos sin rebozo alguno, con tesón de legionario y afán colonizador, y comenzaba a mostrarse como haría un pavo real en un parque, hinchando el pecho, falseando la cintura y alardeando de las muchas o pocas plumas que, según el día, pudieran despuntar de su cartera. Recorría el parque de operaciones con aire marcial, en un desfile que tenía mucho de galanteo y de seducción —no lo he dicho antes, pero el tío Juan era un ingenuo contumaz—, y comenzaba a ojear la oferta del día como si de un experto mercader se tratara, soslayando, por supuesto, aquellas más lucidas y lustrosas a las que, por su elevado coste, no tenía acceso. Desarbolado ya de vergüenza, escrutaba los rostros de las meretrices con una sonrisa en los labios, goloseando la saliva que para entonces ya amenazaba con inundarle el esófago. Les hacía ojitos pícaros, les regalaba guiños furtivos y se embelesaba con aquellos rostros pintados de acuarela, generosos de potingues y afeados por la vida. Luego se detenía en la barra, se acodaba sobre ella y pedía una bebida vigorizante, preparándose para lo que había de venir. Miraba entonces las carnes níveas de aquellas mujeres; unas, escurridas y afiladas de huesos, malnutridas por necesidad o por un errático concepto de la beldad; otras, más gruesas y generosas, de traseros y pechos trémulos, bamboleantes, que parecían oscilar de un lado a otro con un temblor casi telúrico, igualmente equivocadas en su conocimiento estético o, quizás, rendidas ante el triunfo de la genial y placentera gastronomía. Curiosamente, ninguna de ellas se mantenía en un irreprochable término medio —solo aquellas inalcanzables con las que mi tío nunca alternaba—, sino que parecían agruparse en bandos claramente diferenciados y hasta enfrentados, lo que hacía de aquel parque de operaciones una especie de campo de batalla o un congreso a menudo silente —muchas veces, sin embargo, los ánimos se caldeaban, y entre ellas se lanzaban acusaciones propias del más versado de los diputados— en el que los discursos solían realizarse por medio de arrullos, bisbiseos emponzoñados de carmín y caricias impostadas, simuladoras de un deseo que lejos estaban de sentir.
Avizorando la escena, mi tío Juan sorbía su bebida a pequeños tragos —no era cosa de malgastarla echándosela al coleto sin el control o el paladeo necesarios—, humedeciendo sus labios con un aire lúbrico y lascivo, y engarabitando el meñique con tintes de nobleza o majestuosidad, pretendiendo aparentar con ello una mayor galanura y atractivo.
Se sentía bien, se sentía guapo, y así, acodado en aquel mostrador que se emponzoñaba con el morapio y la concupiscencia, ensimismado en aquella contemplación cárnica y emocionado por sus enormes logros en el ingrato mundo de la seducción, se olvidaba de mí por unas horas, dejándome al cuidado de Doña Marta, la vieja puta que haraganeaba en la entrada del local.
En breve pormenorizaré los gestos, atributos y cualidades de esta buena señora, pero antes terminaré de trasladarles los galanteos y amoríos del pobre tío Juan, al que, casi sin querer, he dejado apoyado sobre la barra del bar, vivaqueando con sus labios en una bebida calurosa, perpetradora de ilusiones y de afanes de victoria.
Tras los consabidos cinco minutos de ambientación que todo buen putero debe emplear en el ojeo y la toma de situación, mi tío Juan iniciaba la cacería, cercando a su presa por aproximación directa y sin sosiego, tal vez intuyendo el éxito que, sin duda, habría de lograr.
Comenzaba entonces a susurrar palabras de aliento y coqueteo, se inclinaba sobre la pechera de las señoras y depositaba sobre sus orejas un ósculo húmedo y pretencioso, con afanes de profeta o de gurú sexual. Tal vez debiera emplear la palabra beso, de uso más común y normalizado, pero es que mi tío le imprimía a aquellos besos un aire de magnificencia y solemnidad que este vocablo no llega a abarcar, por lo que, para dejarlo en su justa posición, he preferido dejarlo así.
Luego comenzaba el sobeteo; lento al principio, casi minucioso, para trocarse más tarde, al cabo de unos minutos, seguramente cegado por una bruma de deseo y carnalidad, en un manoseo intenso, apresurado, mucho más glotón. Amasaba las carnes de las putas con una necesidad brotada del bajo vientre, con las manos crispadas y premurosas; casi, con afán de panadero, como si ansiara recrear con ellas una forma caprichosa, más original y homogénea que la anterior, como si de un Dios creador se tratara.
Se le veía nervioso, frenético, muy apurado y hasta falto de manos, pues su ansia sobrepasaba con creces la obsequiosidad de éstas. Ellas —me refiero a las chicas, claro, no a las manos—, sin embargo, permanecían impertérritas, como unas huríes de broma o de choteo, ancladas en una languidez antigua y con los rostros tristes, embadurnados de acuarela y lameteos.
Al principio, aquella disparidad de actitudes llamaba mi atención sobremanera, pues no entendía yo que la frialdad fuese justo premio al cariño ni que la desmesura de mi tío pudiera abarcar a tan amplio abanico de señoras. Más tarde, sin embargo, tras varias jornadas como cómplice de aquel mercadeo sexual, llegué a compadecerme de ambas partes, consciente de que ninguna de ellas obtenía lo que en realidad deseaba.
Y de este modo, entre coqueteos estrafalarios, amores impostados y padrinazgos no menos falsos e irresponsables, transcurría la vida de mi tío Juan y, por ende, fiel vasallo y escudero, inconsciente e ignorante, la mía.
Hasta que un día ya lejano, en una noche loca que se revolvió entre aromas de burdel y besos comprados, mi tío Juan murió, como no podía ser de otra manera, en uno de aquellos lupanares que tanto frecuentábamos.

10 comentarios:

Javier Pellicer dijo...

Gervasio, eres un diccionario andante. No he leído a ningún escritor que tenga un vocabulario tan variado como tú. Si me permites el apunte, quizás algunas palabras podrías cambiarlas por sinónimos más comprensibles para el lector medio. Me da que algunos tendrán que echar mano de diccionario en más de un término.
Pero bueno, me gusta el fragmento, suena prometedor, tiene tu estilo particular (que, insisto, a mí me encanta) y aunque, como dices, el tema de la Guerra Civil está muy sobado, sigue teniendo buena acogida.
¡Adelante!

g.l.r. dijo...

jejeje. Mira que soy enrevesado. No puedo evitarlo. Empiezo a escribir y me sale así. Bueno, espero pulirlo con la revisión.
Gracias por el consejo, que seguiré,sin duda.
Aunque el tema sea manido y muchos recurran a él con ansias de remozarlo, intentaré dar una visión distinta. Ya veremos en qué acaba.
Un abrazo, Javi.

Víctor Morata Cortado dijo...

Joer, a mí me pasa lo mismo que a Javi, jejeje. He tenido que echar mano del diccionario varias veces. Pero el texto está muy bien y refleja perfectamente tu estilo personal. Lo del tema trillado... ¡¡si es que está to escrito!! Creo que, en casos como este, es más importante el cómo lo cuentas que el qué o el dónde. De momento engancha, así que creo que vas por buen camino. Un saludo, colega.

Miguel Baquero dijo...

Tiene muy buena pinta, espero que consigas acabar la novela y verla en papel. A mí también, si me permites el apunte, y siendo todo de una gran calidad, ´me parece que estaría bien que la aligerases un poco de vez en cuando; no sé, introduciendo, por ejemplo, unos pequeños diálogos, aunque sólo fuera una línea, que le diera más vivacidad. O descargándola un poco de adjetivación. Pero repito que está muy bien

Gervasio López dijo...

Muchas gracias, Víctor. Me alegra que te haya gustado. Espero que quede bien al final, porque lo estoy pasando como un enano.
un abrazo, amigo.

Gervasio López dijo...

Muchas gracias, Miguel. Ojala sea como tú dices y pueda publicarla. Mucha suerte con tu nueva novela. Estaré atento al lanzamiento.
Un abrazo

poesiashumildes.blogspot.com dijo...

No importa qué se cuente sino cómo. De todos modos, en este avance a mí no me has "situado" en la guerra civil (¿era esa tu intención?).
De un novelista novel a otro novelista te haré algunos comentarios que espero que aproveches (y consideres) como crítica constructiva.
-El lenguaje es coherente, gramaticalmente correcto y recargado. Si pretendes mostrar que el sobrino (narrador de la acción) es un repelente sabelotodo que admira secretamente las desventuras de su tío vas por buen camino. Si la idea tuya es darle importancia a la acción, creo que deberías aligerar la carga (tantos adjetivos y descripciones de personajes terciarios? entorpecen su transcurso).
-Creo que deberías remarcar la presencia del sobrino desde el principio si él va a ser el narrador indirecto de la historia. Una breve presentación antes de "el tío Juan era..." ayudaría a orientar al lector.
-Tienes que huir de los clichés en las descripciones de personajes y lugares. No se trata de describir la extravagancia tampoco. Creo que es más oportuno reflejar únicamente las "peculiaridades" para que el lector los identifique y se identifique en el espacio. P.E. si el sobrino que relata la historia es un niño (como sobreentiendo), es imposible que recuerde después de muchos años muchos detalles, sino sólo los que le llamaron poderosamente la atención.

Ánimo. No dejes de escribir.

Gervasio López dijo...

Muchas gracias, poesías, por tu exhaustivo comentario. Veo que coincides en lo recargado del relato, así que estimo que estáis todos en lo correcto.
El texto es una escena de la novela, no un relato en sí mismo, y las presentaciones de los personajes son previas al mismo. Lo que no pretendía era que el niño sonara repelente, la verdad, aunque la extravagancia está muy presente en toda la novela. He intentado hacer una especie de remozado de las novelas de picaresca, y por ello abundo en lo grotesco, lo extravagante o lo esperpéntico.En cualquier caso, muchas gracias por tus comentarios.
Será un placer tenerte por aquí.
Un saludo afectuoso.

Blanca Miosi dijo...

Vaya, Gervasio, sorprendida con tu retórica. Por lo que entiendo, esta parte al menos está relatada desde la perspectiva del sobrino de Juan, un joven que solía acompañar al tío a los lupanares y era muy observador.

Tu estilo es sin duda como de cuento de época, pero es atrayente en estos días, como dice Javier, tienes un extenso vocabulario, y no solo eso, las frases están construidas con ingenio y picardía.
"Entraba en los prostíbulos sin rebozo alguno, con tesón de legionario y afán colonizador"
Definitivamente me encuentro ante un escritor.

Felicitaciones!
Blanca

Gervasio López dijo...

Blanca, qué gusto verte por aquí. Muchas gracias por los halagos, que me hacen especial ilusión viniendo de alguien como tú.
En realidad, la historia la cuenta un anciano que recuerda su niñez, aunque al ser esto un extracto no queda demasiado claro. Narra lo que le sucedió durante la Guerra Civil española, junto a su tío, junto a un reportero inglés, junto a...Bueno, así. Es una novela que he dejado muy apartada. A ver si la retomo.
Un abrazo y gracias por la visita.